"la poesía es un espejo/ que muerde" --Jorge Arturo, El Blues del aprendiz

sábado, 25 de agosto de 2012

Mainor González Calvo en México D.F.

 
El desaire del agraviado
de Mainor González Calvo
Presentación por Víctor M. León Leitón.
México, D.F. 6 de enero de 2012.
 
 
Isolda Dosamantes, Mainor González Calvo, Víctor M. León y Leticia Luna.
 
 
La primera vez que escuché leer algo a Mainor González Calvo fue de su libro Poemas para desmentir y especular, de eso, hace ya una docena de años. Habrá que aclarar para los no costarricenses que allá en nuestra aldea el poeta con “P” mayúscula, el poeta oficial, es Jorge Debravo que hace 45 años murió al estrellarse en motocicleta y su poema más emblemático es “Hombre” que va más o menos así:
 
“Soy hombre, he nacido,/ tengo piel y esperanza./[…] No soy Dios: soy un hombre/ (como decir un alga)./ Pero exijo calor en mis raíces,/ almuerzo en mis entrañas./ Soy hombre, es decir,/ animal con palabras./ Y exijo por lo tanto,/ que me dejen usarlas.”
 
        Entonces, Mainor leyó algo que mal-parafraseo de memoria:
 
“Soy un hombre una patraña/ que se cree capaz de comerte las entrañas. Soy hombre un ser que piensa/ pero por la espalda soy todo un sin vergüenza.”
 
         Y seguramente al igual que Debravo, decía también:
 
“Soy hombre … Y exijo, por lo tanto, que me dejen usarlas”
 
          Pero el joven poeta que leía aquella noche no se refería precisamente a las palabras. Creo que fue una buena primera impresión, en la desacralización de la vaca sagrada estaban los rasgos de los poemas de Mainor.
 
            Para dejar de lado las confidencias anecdóticas de una vez por todas, diré que el mentado libro lo obtuve luego de canjearlo a su autor por un par de cervezas y una empanada. Y es que ocasionalmente, a Mainor le da igual cambiar su poesía por bebidas y alimento, acaso una respuesta tan pragmática como sardónica ante los quejumbrosos que alegan que: «como poetas se mueren de hambre».
 
            Entremos en materia: pensar en la poesía de González Calvo es pensar en pólvora, y conforme avanzamos en su bibliografía es pensar en nitroglicerina eficientemente administrada. Desde el inicio y a la fecha con su nuevo libro, demuestra su constancia la voz del poeta en la épica del hombre raso que se niega a encajar en los engranajes sociales. Cómo en el título de su libro anterior Esbozos de un citadino cualquiera el autor padece las mismas peripecias existenciales y domésticas que cualquier habitante de la ciudad y en correspondencia, las expresa con accesibles versos coloquiales:
 
“Yo no sé gran cosa/ sobre tratados de libre comercio/ inflación acelerada/ o de golpes a la economía/ provocados por el alza del combustible/ yo sólo atino a levantarme de madrugada/ dirigirme hacia el trabajo/ para recibir a fin de mes un cheque/ que cosquillea con menosprecio” y termina: “yo no entiendo nada sobre deuda externa/ ni de depósitos a plazo/ o fugas de divisas/ hacia cuentas del Caribe o Luxemburgo/ pero lo único entendible para mí es que cada día el dinero se evapora/ que mi salario se vuelve flácido y enfermizo/ y que los deudores me aquejan con sus créditos/ y a la quincena el cheque se ha esfumado como la esperanza.”
 
         Sus versos afines a la mayoría de la población le evitan la vía de la compasión por los otros ya que el autor mismo es protagonista de la cotidiana tragedia moderna. Incluso su yo poético es por accidente una carne solidaria que recuerda a César Vallejo, eso, si Vallejo hubiese estado equipado con un cáustico sentido del humor. Quizá así es cómo este poeta tico evita que le puedan pegar todos, duro y con un palo.
           
          Antes de que se congregaran más de dos personas en los famosos y ahora globales movimientos de indignados ellos, sin saberlo, ya tenían un posible portavoz. Y podría unirse a algunas de sus marchas, si ese día no encuentra algo mejor que hacer o lo inventa, por que el único valor al que rinde culto el poeta es al de serse fiel a sí mismo y lo logra mediante un escepticismo fundamentalista, desde sus libros anteriores y más explícitamente en sus Prosas antropófagas se niega a ser alimento de otro hombre, despotrica contra algún empleador abusivo, contra el servidor público que llega a servirse; entre tantas variantes de canibalismo posible, aunque esto no deje ileso tampoco, a los que asisten complacientes a la esclavitud moderna, a lo convenido —a quienes sus poemas desearían despabilar a bofetadas— y aun, guarda un poco de su arsenal, para cualquiera que tenga un gesto, algún delirio mesiánico incompetente; todos ellos tientan a la denuncia, al retrato agrio de González Calvo.
 
        Todo lo anterior se mantiene y potencia en su nuevo libro El desaire del agraviado. El poeta regresa gritando como «un descarado convincente», «un ladrón de la palabra», viene buscando «aprisionar la dinamita del verso», llega con su lado más pedestre «y su afán por desvanecer las conquistas de la humanidad», como él mismo escribe.
 
         Para cuando haya terminado de decir que la poesía de Mainor es lúdica, habrá mudado a la seriedad más radical; si por otro lado digo que está cargada de agudas metáforas, referencias de alcurnia literaria, intensas alegorías en dónde lo prosaico se torna simbólico —su poesía— impedida de cualquier disimulo, me estallará en carcajadas en la cara. Así que sus textos no buscan ser lúdicos ni ser serios, no buscan nada y en un mundo enfocado a la producción eso sí que consigue incomodar, como bien claro lo deja su “Manifiesto de grupo” en dónde refiere a una generación que:
 
“vomita por instinto sobre la democracia/ se pasa los folletos comunistas por el trasero”.
 
           Ya podrán presentirlo, el autor ni siquiera puede suscribirse al anarquismo, si un día elabora un manifiesto es sólo con el secreto propósito de que al siguiente pueda escasear el papel de baño.
 
            En “El vacío itinerante” refiere a su aproximación a la poesía, dónde no sólo vuelve a pedir la muerte del culto al benemérito poeta nacional, gritando «matemos a Debravo», si no que además asegura «Y de nuevo la puta poesía» con sus ya explícitos y naturales dejos antipoéticos, o también:
 
“deben saber/ que la letra se plasma en la agonía/ y que el mundo es la terrible sensación de abatimiento/ frente a la cual nos abrochamos al estío y confirmamos la insurrección”.
 
            En ese desprecio ambivalente por el propio oficio el círculo se cierra: el poeta camina por el filo del absurdo y ahí se vanagloria. Hay un cinismo simpático en sus poemas, si es que se puede llamar así a la ironía, por ejemplo, su poema “De por qué no pienso donar mis órganos vitales” donde se disculpa por el deterioro de su cuerpo bajo un estricto régimen de vicio.
 
            La rebeldía en Mainor es una constante que como hombre lo obliga a «vivir siempre al filo del desastre/ apartarse del matrimonio y sus anillos opresores» y como poeta a oponerse a la poesía oficial «al susurro de la víbora académica». Incluso, lo lleva al rechazo a cualquier mujer tipificada, lo que podría parecer una afición a la misoginia pero esto se desmiente por que en sus poemas la mujer suele aparecer al final del túnel: “y se duerme pensando en el amor de esa mujer/ que detendrá con sus encantos el taladro de las pesadillas/ el volcán insaciable del rencor/ y mitigará el golpe imprevisto de la espada sobre la cabeza”, como en su poema “El inmortal”.
 
“… en nuestra época/ el alba se pierde entre obligaciones/ y la oscuridad se extiende como un grito inesperado”, ha escrito el agraviado; el lirismo desgarrador, la fuerte e imparable crítica social podría hacernos pensar en el poeta como “la piedra en el zapato”, en el aguafiestas por excelencia, alguien que está en contra de todo pero no es cierto: Mainor está muy a favor de sí mismo. Hay en él un fuerte impulso vital, a pesar de todas las miserias a las que se somete a cualquiera por el simple hecho de haber nacido en el estercolero del mundo; él festeja la amistad, la parranda, la risa, el sexo o en sus propias palabras es aquel:
 
“… urgido de aventuras y de amores/ aquel que se convierte en trozo de madera/ y añora las playas solitarias/ la fecundación de los transeúntes/ en ciudades donde el ruido gobierna desde siempre” … “y es por eso también/ por lo que amo la marcha/ el despilfarro/ la sorpresa”.
                        
Para el final del libro, en que todas las expectativas buscan saber ¿en qué consiste el desaire? ¿Qué hará el agraviado? El autor ríe de nuevo porque el mundo le ha fallado a él y él no duda en corresponder: “me gusta convertirme en la mula/ que desobedece el arado y sus sudores”, afirma. El agraviado endosa su desaire para quienes puedan demandarle alguna resolución digna de un poeta y en sus siguientes poemas se dedica a vacacionar de las exigencias del mundo, en sórdidos festines eróticos:
 
“Saber que estoy en un bar/ desobedeciendo las leyes de trabajo colectivo/ saber que tengo una nena a mi lado/ sentada entre mis ganas y mi orgullo/ saber que tengo dinero/ para manosearle incluso las estrellas más recónditas/…”
 
Eso para empezar, el resto se los dejo para que disfruten la lectura del libro.